sábado, 5 de noviembre de 2011

Quince Minutos

Acepté tomar café con él. Al fin y al cabo, iba a ser cuestión de quince minutos. Quince minutos que me librarían de sus descréditos al aire y de su mirada doblada. Sin embargo, en un punto de aquella conversación forzada volvió a suceder, me volvió a sonreír delante de un café cotidiano. Menos mal que ese día no había sacarina y le vi dar esas vueltas ridículas con la cucharilla. Sus muñecas torcidas de niña sin fuerza que, aun así, no dejaban de dar golpes en la mesa, borraron mi sonrisa autocomplaciente. Mequetrefe auténtico.

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